jueves, 22 de marzo de 2007

Fin de viaje (5 de marzo)

Esto se acaba. El avión sale a las 17.25 y el prior se ha ofrecido a llevarnos, lo cual es todo un detalle (hay unos 30 kilómetros hasta Ciampino), lo cual nos evita preocuparnos del taxi y él pierde un par de horas. Se lo agradecemos efusivamente. Para incordiar lo menos posible nos adaptamos al horario que mejor le venga. Quedamos en salir sobre las dos, nada más comer, así cuando regrese todavía puede descansar un poco. Debido a ello por primera vez comemos con los frailes. Nuestro plan para la última mañana es sencillo: ir al centro para hacer algunas compras, callejear un rato y regresar a la curia. Esta foto es una parte de los jardines.

Hemos tenido suerte, pensamos, cándidos de nosotros,ya que el billete de bus para tres días lo compramos a las 11.58 del viernes y, suponemos, valdrá hasta la misma hora del lunes. Con esa confianza llegamos al centro, nos dividimos por parejas para aprovechar mejor el tiempo y pasadas las doce regresamos. En el autobús leemos con asombro que este tipo de billetes tienen validez por días naturales: o sea, en nuestro caso viernes, sábado y domingo, con lo que hemos estado hoy en el filo de la navaja con riesgo de pagar 101 euros de multa por cabeza. Afortunadamente los lunes deben descansar los inspectores y llegamos sin novedad. Después de comer hicimos unas fotos en el inmenso jardín de la Curia, para despedirnos del sitio tan agradable que nos acogió estos días.

Cerca de la curia, en la plaza Carpenya, encontramos una tienda de delicatesen donde compramos unos regalos para el cuñado de Tere que nos llevó el miércoles y hoy vuelve a recogernos a Santiago. El favor es muy grande y le compramos un queso parmesano, creo recordar. Luego en el aeropuerto lo completamos con una botella de whisky.

En nuestra sin par posada comemos muy bien con los frailes, charlamos un rato con ellos (el tema de Inmaculada Rodríguez está en candelero, la señora de Granada conectada a un respirador que quiere morir, y eso preocupa a los frailes ya que está en un hospital de San Rafael. Aceptan retirárselo pero la Iglesia se opone y al final se saldrá con la suya: logrará morir pero en un hospital público) y un simpático prior nos conduce al aeropuerto. Rechaza el cinturón de seguridad porque según él tiene "bonna fortuna) y se pasa el camino haciendo gracias que nos entretienen. Sin duda, es un italiano (de Bolonia, la patria chica de Romano Prodi, con el que deja claro que tiene poco en común, lo mismo que con el español Zapatero) extrovertido y jovial.
En el aeropuerto la sorpresa. Dos horas de retraso en un recinto incómodo (por aquello de que es la estación de los vuelos baratos) con pocos asientos y mucha gente. Lo peor es el que nos espera en Santiago, donde llegamos a las diez de la noche en lugar de un par de horas antes. La foto siguiente es de la iglesia de la Curia.En fin, nada podemos hacer y tampoco es un problema grave. Sin novedades regresamos a la capital gallega, poco después a Vigo…. y una vez deshecho el equipaje a pensar que ha merecido la pena: cinco días paseando por Roma disfrutando de una ciudad especial, de buena compañía y sin otra preocupación que decidir hacia donde encaminamos nuestros pasos. Muy parecido a la felicidad. Y después a pensar en la siguiente……

lunes, 19 de marzo de 2007

Tivoli, Tivoli, Tivoli mon amour (4 de marzo)

Rocío con las catacumbas y Ana con Tívoli. Desde el primer día ésta última insistió en conocer Villa Adriana, un conjunto enorme situado a 30 kilómetros construido por el emperador del mismo nombre situado a seis kilómetros de la ciudad de Tívoli que le había recomendado fervientemente su amiga Marián. Hubo un cierto debate sobre si hacer este pequeño desplazamiento, dado el poco tiempo que teníamos, u optar por el rezo del Angelus en San Pedro a cargo del Papa. Triunfó la tesis de Tívoli, posiblemente un error pues no hubo forma de llegar a Villa Adriana. Para no entrar en detalles prolijos digamos que todo fue mal desde el principio: Llegamos a la estación desde la que no salía el tren correspondiente y compramos un billete que tampoco servía. Logramos devolver el billete cuando vino de tomar su café el empleado de la Rende italiana y corrimos a otra estación… para adquirir un billete de bus de un sobrecargado autocar de pasajeros. Hacía un día caluroso y nos bajamos casi a la salida del pueblo, lo que fue otro despiste. Empezamos un peregrinaje para enterarnos donde se tomaba el bus para Villa Adriana y durante más de una hora dimos vueltas y más vueltas por Tivolí sin éxito alguno. Pasada la hora de comer conseguimos saber, tras gestiones sin fin, que no había bus ninguno por ser domingo o por lo que fuera, así que, cansados de no ver nada digno de un único domingo en Roma, tomamos el autobús de vuelta. Eso sí, de buen humor y disfrutando de las visitas logradas y de las que se quedaron en un simple intento. Encontramos en el bus a dos jovencitas (18 añitos) una de las cuales tenía un novio español en Lorca, Murcia, adonde iba a con frecuencia. Ya en la ciudad tomamos un piscolabis que no pasará a la historia de la gastronomía junto a la estación Termini, la de la peli, y fuimos a ver Santa María la Mayor, que está muy cerca, la tercera basílica. Parte del edificio original es del siglo V, suelo de mármol y grandiosidad por todas las esquinas. Aquí están las chicas, con San Pío nosécuantos, inmortalizado en mármol. La inmensidad del poder temporal de un ente espiritual como la Iglesia es perceptible en Roma más que en ningún otro sitio. Siguiendo el ritual de que visitando las cuatro basílicas y haciendo alguna que otra cosa (confesión y comunión en el plazo de 30 días) se obtiene indulgencia plenaria salimos para la que nos faltaba: San Pablo extramuros. Allí más de lo mismo: un templo megacatedralicio con la novedad de que en las paredes de su interior se han colocados unos retratos circulares de absolutamente todos los papas. Mientras recorríamos un templo del tamaño como mínimo de un campo de fútbol reglamentario uno de nosotros confesó y quiso comulgar, pero no pudo ser pues lo que parecía una misa era en realidad una ordenación.
Como al día siguiente regresábamos se impuso el criterio de cenar de nuevo como señores y en el Trastévere.Vuelta al transporte público y vuelta a andar hasta allí, con el no tan pequeño hándicap de que los pies empezaban a resentirse… especialmente los de Rocío. Pese a ello conseguimos arrastrarla, no sin esfuerzo, y llegamos a un restaurante situado al lado del del el día anterior. Eso sí, el barrio parecía una tumba en la noche del domingo.
En la Taberna dei Mercati, cuyo exterior alumbran cuatro enormes antorchas, cenamos bien en un establecimiento que parecía un antiguo establo o pajar reconvertido a juzgar por la altura y configuración de sus techos de madera en ángulo. El estilo también similar, con numerosa decoración de trastos viejos, y en este caso, con la carta centrada en las carnes. Pese a que el camarero no quería colaborar, logramos probar el vino de la casa y tras ello juiciosamente optamos por un Chianti clásico.
Dejo para el final lo que fue el inicio de la jornada. Como no podía ser menos, quisimos tener un detalle con la comunidad que tan hospitalariamente nos acogía. Toño lo pactó con el prior y ambos se fueron a las siete de la mañana (como éste hace domingo tras domingo) a una pastelería para comprar la bollería que los festivos diferencia el desayuno. La hora no es casual ya que a las ocho hay misa y después, a las nueve, el refrigerio. Además de los croisanes, Toño les llevó en nombre de todos unas docenas de pasteles. Estaban buenos ya que el lunes probamos los restos. Obviamente asistimos también a la misa, que no fue cualquier misa: al inicio laúdes, o sea cánticos, y la misa también cantada; nos dieron impresos los cantos para los que utilizaron varios idiomas y la verdad es que tenían buenas y bien afinadas voces. Sin duda, otra experiencia.

Rocío llegó a las catacumbas (3 de marzo)

Llegó el día de las catacumbas. Rocío tenía un interés enorme desde niña por visitar este tipo de recintos, según nos confesó, y todos nos encaminamos pese a que Toño, que ya las conocía, insistía en que tampoco era para tanto. Los demás asumimos la visita ya que estábamos en Roma para ver todo lo que se terciara. Tomamos un bus junto a San Juan de Letrán y salimos de la ciudad. Supimos que existen tres catacumbas y ni mucho menos, como pensábamos, eran escondites construidos por los católicos para evitar las persecuciones; se trata de kilómetros y kilómetros de pasadizos que utilizaron para los enterramientos durante varios siglos, creo que hasta el quinto, pero no estoy seguro. Las visitas son guiadas y se juntan los grupos por idiomas. El de los hispanohablantes era el más numeroso, una 50 personas, y para dar una idea la guía de los franceses sólo llevaba cuatro clientes. La visita dura una media hora y recorrimos pasadizos bajo tierra en cuyos laterales hay huecos para los enterramientos. Vimos una estatua de Santa Cecilia, copia de la original que se encuentra en una iglesia del mismo nombre en el Trastevere, que visitaríamos unas horas después. Para los que sufran algo de claustrofobia el tour puede hacérseles un poco agobiante, pero no deja de tener su interés. Conocimos el sistema de construcción, como iban excavando en función de las necesidades y los sistemas de aireación, pues llegaron a muchos metros de profundidad.
Al salir nos acercamos por un paseo de olivos a una pequeña capilla donde dicen que San Pedro fue detenido por Dios cuando abandonaba Roma con la famosa frase: QUO VADIS? , tras lo cual regresó para someterse al martirio. Rocío se aprendió el dicho y al día siguiente lo utilizó para intentar pegar la hebra con un grupo de colegialas que atestaban el autobús público en el que viajábamos. Quería saber a dónde iban, pero la cara de sorpresa al ver que alguien les hablaba EN LATÍN no es para describirla.
A sugerencia de Juanma recorrimos unos cientos de metros apie desde las catacumbas para visitar las Fosas Ardeatinas, un conocido lugar donde los nazis masacraron a más de 300 prisioneros en la etapa final de la segunda guerra mundial. Fue una represalia por una acción de la guerrilla en la que murieron 32 alemanes. La venganza consistió en ejecutar a diez presos por cada uno de los militares. Han construido un pequeño museo donde relatan que el crimen estuvo a punto de quedar en el olvido pues los nazis los acribillaron en una cueva y luego volaron la entrada para no dejar pistas. Tras la guerra recupearon los cuerpos y los enterraron en tumbas a la vez que se construía este mausoleo. En la foto están Toño y Juanma a la entrada del museo.De regreso a Roma nos bajamos en el Coliseo y comimos al aire libre en una tasca para estudiantes. Tuvimos suerte: por el mismo precio que el día anterior nos dieron sólo una ensalada a secas hoy añadieron un guiso de pasta con alubias que estaba bueno. A mayores, por cortesía de la casa nos ofrecieron un cóctel. El sitio lo elegimos porque se encuentra cerca de una iglesia donde exponen (y gratis, como otras muchas de las visitas que hicimos) el Moises de Miguel Ángel. Esta vez era Toño el que tenía auténtico interés en volver a verlo, pues él y Tere ya conocían Roma. Para la tarde el programa era visitar el Trastévere, el barrio al otro lado del Tíber que en tiempos era la zona humilde de la ciudad. Es un dédalo de calles que hace algunos años se puso de moda y en su mayor parte ha sido rehabilitado. Es un área agradable, llena de tiendas, bares y restaurantes, que en la tarde del sábado estaba animadísima. Decidimos buscar donde cenar y hacerlo esta vez en plan bien, sobre todo si lográbamos encontrar un restaurante al que los frailes habían llevado a Toño anos atrás. Costó trabajo pero lo logramos: se llama De meo patacca, y cenamos bien hasta con música en directo de un grupo tipo folklórico. Era pronto y llegamos los primeros: no sabíamos si la música iba aparte así que en plan generoso les sacudimos diez euros; de inmediato nos ofrecieron cantar los que nos apeteciera, así que pudimos elegir algunas piezas. El restaurante era muy curioso, lleno de cachivaches por todas las paredes, camaremos uniformados estilo (supongo) siglo XIX y con la cocina a la vista. Bajo tierra una bodega del mismo tipo. Lo más gracioso fue la llegada de una pareja (señor de más de 80 y chica joven de menos de 30, rubia-rubia). El anciano, que parecía haber ligado por motivos ajenos a lo sentimental se puso a cantar una pieza que tenía tintes localistas o quizás era un himno futbolístico con un estribillo <¡Roma, Roma, Roma!>. Le aplaudimos a rabiar, tanto que se acercó a nosotros para preguntarnos… si también éramos romanos. Que cosas.
Antes de las cena habíamos visitado la principal iglesia del barrio (hay muchas por todos los lados), Santa María in Trastévere, enorme y de una gran belleza, sin duda una de las que mejor recuerdo nos ha dejado. También hicimos una parada en una tienda de vinos, muy pequeña pero donde convencimos al dueño para que nos abriera una botellita de Montepulciano por la que pagamos 30 euros. Tampoco era cosa de llenarle la tienda media hora y usar sus vasos para consumir una baratita.

jueves, 15 de marzo de 2007

De paseo por el Coliseo y cena en Peroni (2 de marzo)

A algunos del grupo, y no quiero señalar a Tere, la falta de billete de autobús les generaba inquietud, así que lo primero que hicimos nada más poner un pie en la calle fue buscar un kiosko y comprar un combinado metro-bus para tres días que, todo hay que decirlo, tampoco fue muy caro: 11 euros per cápita.
De inmediato nos dirigimos al centro en el autobús, como se nos ve en la foto, y comprobamos lo acertado de la decisión. A mitad camino observamos como un inspector iba pidiendo billetes; al momento eran dos, luego tres y al final nada menos que cuatro los controladores. Con amplia sonrisa exhibimos nuestros pases mientras leíamos en los carteles del autobús que la sanción por viajar sin billete ascendía a 101 euros, 606 para el conjunto del grupo si nos los hubiesen pedido ayer. Menos suerte tuvo una chica negra, con aspecto de inmigrante sin papeles, que fue cazada in fraganti. Hizo un intento de escapar pero los inspectores la rodearon y ordenaron al conductor que no abriera la puerta central. Para mayor dificultad viajaba con unas bolsas de gran tamaño que parecía mercancía para vender en la calle. Poco después bajaban los cuatro y la infractora, a la que, pensamos con pena, el incidente podría costarle quizás la expulsión del país.
Nuestra primera parada fue San Juan de Letrán, o San Giovanni Laterano, otra de las basílicas de Roma y también de dimensiones impresionantes. La primitiva fue construida en el siglo IV pero la actual data de mediados del XVII y fue dirigida por Borromini. Visitamos también el claustro (XIII) y nos llamó especialmente la atención el baptisterio, con acceso por el exterior del templo, del siglo V, que sirvió de modelo para los construidos en todo el mundo aunque nunca habíamos visto ninguno tan enorme.
En esta foto, Toño y Juanma están midiéndose a ver quien llega al extremo de la plataforma que parece ser que era la estatura de Jesucristo. Parece ser que no son tan buenos mozos, unos menos que otros, y no es por señalar.Desde aquí, después de hacer una parada en la iglesia de San Clemente, la más antigua de Roma (en cuyos dos sótanos hay restos de templos anteriores que se visitan como si fueran catacumbas, nos acercamos paseando al Coliseo, quizás el monumento más representativo de la ciudad, que ya es decir; del año 72, 50.000 espectadores, 80 puertas de acceso, etcétera. Lo visitamos con una guía que hablaba un español correctísimo y sin duda una persona que llamó especialmente la atención a Rocío, ya que, según decía, le “gustaba para su Llillo”. Como es sabido, está en gran parte en ruinas y se ha optado acertadamente por no reconstruirlo. Supimos que en su tiempo estuvo recubierto en el exterior de mármol sujeto con grandes pernos metálicos. A lo largo de los siglos ambos materiales fueron arrancados para la construcción de villas y para usos de todo tipo dada la escasez del metal en cuestión, que no recuerdo cual es.Esta es la foto que nos hizo una turista.

Seguimos el paseo por el Palatino y el Foro, conjuntos de ruinas de lo que fue el centro de la Roma romana, valga la redundancia, ambos próximos al Coliseo. Arcos del triunfo, templos, palacios, el Senado y edificios diversos conforman la zona pública de la antigua ciudad central del mundo mediterráneo. Es un espacio amplio y allí es fácil dejar volar la imaginación pensando en lo que pudo ser aquello y en las cosas que han pasado sobre y alrededor de esas piedras.

Era tarde para comer pero aún así todavía tuvimos tiempo de ver la estatua de Rómulo y Remo y el horrendo calabozo subterráneo donde al parecer estuvo recluido San Pedro. Muy cerca, junto a la piazza Venecia, por la que pasaríamos a diario, tomamos un tentempié sencillo y unas hermosas cañas de cerveza de medio litro. Por la guía supimos que en esa plaza estaba el palacio desde el que Musolini arengaba a sus fieles . También está allí el enorme y quizás mal ubicado monumento a Víctor Manuel I, el primer rey tras la unificación italiana, levantando en 1911. Un poco mastodóntico, eso sí. También pasamos junto al teatro Marcelo, con un exterior que recuerda el Coliseo, y muy cerca visitamos el interior de una iglesia construida sobre tres templos romanos que estaban pegados entre sí. Lo más curioso es que la iglesia utiliza en los laterales las columnas de los templos de las esquinas, y en el sótano puede verse la primitiva configuración de estos recintos. Nos lo explicó todo una guía en español.Esta es la isla que está en medio del Tíber o "Isola Tiberina".

Toño había gestionado antes de salir una visita al hospital de San Juan de Dios en la misma isola Tiberina, donde se encuentra un centro con más de 300 camas y mil y pico empleados. Está adscrito al séctor público y en la práctica es un centro sanitario más, sólo que lo dirigen unos cuantos hermanos de la orden.

Nos atendió el hermano Giácomo , que aparece en la foto con los chicos, un chileno muy amable que nos hizo un pequeño recorrido, incluida una iglesia de hace varios siglos con las paredes llenas de pinturas y también los restos existentes en los bajos. Seguimos dando una vuelta y llegamos hasta la Plaza de España, en la que se encuentra la embajada de España ante la Santa Sede, en la que reina don Paco Vázquez. Estuvimos un rato sentados en las clásicas escalinatas hasta que aparecieron una treintena de chavales de un colegio de Granada dando berridos a diestro y siniestro de "viva España" y otras lindezas que, más que alegrarnos, nos avergonzaron.

A la hora de cenar hicimos un descubrimiento. Localizamos una cervecería, Peroni, que es también una marca de cerveza, que el día anterior, ya después de cenar, vimos llena de gente. También lo estaba hoy pero encontramos una mesa para seis con la suerte de que Toño pudo pegar la hebra con los de al lado, todos ellos religiosos sudamericanos. Cenamos muy bien, tomamos algunas jarras de cerveza (las sirven de hasta litro y medio), tal y y como se puede comprobar, y el precio fue excepcionalmente moderado. Prometimos regresar. Desde aquí volvimos a la residencia con la tranquilidad que da tener billete y disfrutando de una temperatura estupenda, todo el día entre quince y veinte grados, la más adecuada para pasear pues no tuvimos frío ni tampoco calor. La siguiente es una foto del exterior imponente del Coliseo

miércoles, 14 de marzo de 2007

Viajar, llegar y besar el santo (28.02 y 1.03.2007)

Tras varios intentos fallidos, las tres amigas de la infancia (Tere, Rocío y Ana) y sus tres maromos (por el momento), Toño, Carlos y Juanma, cogimos nuestros bartulillos para cinco días y nos fuimos a Santiago a coger el Ryanair camino de la ciudad eterna.

Aquí se nos ve tan felices, a media tarde del día 28 de febrero.
Como no había mucho que hacer en el aeropuerto mientras esperábamos nuestro vuelo, optamos por un reconfortante refrigerio, consistente en bocata-chorizo-zamorano-que-picaba-que.... y empanada de bonito, en lugar de las viandas dudosas que se dispensan en los aeropuertos.

El espontáneo de la corbata roja que nos mira atentamente era "guiri" y parecía muerto de envidia. Terita y Rocío están aquí dando buena cuenta de la empanada, que estaba estupenda. Una vez en el avión, después de haber asumido que algunas azafatas de esta compañía cutre-coste parecen matronas de la guardia civil y casi no dan ni las buenas tardes, algunos cayeron casi instantáneamente en brazos de Morfeo.
Luego afirmaron haberse leído el Quijote durante la travesía pero, enfin.....La llegada a Roma sobre las once y media de la noche estuvo bien, considerando que recuperamos absolutamente todo el equipaje en un tiempo razonable, incluyendo el feixiño de tetillas, orujos y otras variadas delicatessen que Toño llevaba como presentes, éso sí, muy bien empaquetadito todo. Nos estaba esperando José Luis, un hermano zamorano de San Juan de Dios, que se había acercado al aeropuerto en un "pulmino" de nueve plazas. El detalle del fraile es de agradecer pues supimos que se acostaba todos los días sobre las nueve y media y además estaba a punto de presentar una biografía recién escrita de 1.500 páginas sobre el fundador de la orden, de la que nos dio algunos detalles. Desde una terraza en lo alto del Gianicolo, donde está la embajada de España ante Italia, tuvimos una primera y nocturna visión de la ciudad. Llegamos a la Curia de los Hermanos de San Juan de Dios, en la vía de la Nocetta (nochecita, en italiano) y entramos en silencio para no perturbar la paz de los frailes. José Luis nos enseñó las tres habitaciones: estupendas, con camas dobles, sencillas pero las tres con su baño, toallas, todo muy limpio.

No queríamos perturbar el sueño de la comunidad. La intención era buena pero, pese a los avisos, Ana se empeñó en tirar de una cuerdecita que colgaba del bloque de interruptores de la luz. ¡CATÁSTROFE! En medio del silencio de la noche empezó a sonar una chicharra que debía escucharse a varios kilómetros.... Durante algunos minutos buscamos la forma de desactivarla suspirando para que apareciera alguien que nos dijera como hacerlo. A punto de tirarnos por la ventana para desaparecer Ana logró hacerla parar. Los frailes hicieron honor a su generoso concepto de la hospitalidad y a la mañana siguiente todos juraban que no habían oído nada..., una mentira piadosa muy de agradecer y limpio .....no se puede pedir más.

Esta es una vista de la cúpula del Vaticano desde la terraza de la Curia.Incidente aparte, nos acostamos un poco tarde pero a las siete y media, la hora concertada, cual clavos estábamos en el comedor. Fuimos saludando uno por uno a los quince miembros de la comunidad (dos africanos, dos sudamericanos, el prior, italiano, y algunos europeos, incluido un catalán, el padre Etallo), algo nuevo para nosotros, salvo la excepción de Toño. En la sede de la Curia utilizan como idioma oficial el italiano pero con los castellanohablantes y también con los demás logramos comunicarnos de formas varias. El desayuno fue generoso ese día y todos los demás, con lo que una hora después salíamos a la calle para nuestra primera jornada sin miedo a pasar hambre durante unas horas. Aquí estamos, en nuestro primer día en Roma, en la puerta de la Curia General, con José Luis. La primera jornada, jueves 1 de marzo, estuvo dedicada al Vaticano.Sirviéndonos de las influencias de José Luis, el fraile que nos recogió el día anterior y que nos llevó al estado católico, pudimos recorrer los jardines vaticanos, que no están abiertos al público, lo que fue todo un lujo, y actuó como un experto guía.

Se los conocía como la palma de la mano y nos explicó detalles imposibles de conocer por otra vía, tales como los lugares preferidos de los últimos pontífices, el origen de algunos rincones, etcétera.

Para completar, nos introdujo de tapadillo en el subsuelo de la basílica de San Pedro, donde están enterrados los papas. La foto siguiente es de una de las fuentes maravillosas de los jardines vaticanos. Y la segunda un espléndido paseo de olivos en el que se debe solazar el Papa. A partir de ese momento José Luis retornó a sus obligaciones y nosotros nos movimos por nuestra cuenta. Aquí estamos los seis en la inmensa plaza.Primero visitamos los museos vaticanos, un complejo gigantesco e inabarcable lleno de arte antiguo de diferentes lugares, principalmente la antigüedad clásica, Egipto y de Italia a lo largo de toda su historia. También, obviamente, numerosos objetos religiosos. En la foto se ve el techo de una de las galerías previas a la Capilla Sixtina, que visitamos al final y en la que no se podían hacer fotografías.Estaba atestada de gente y con una iluminación tenue.Al acabar tomamos un tentempié en la cafetería y antes de salir a la ciudad subimos a la cúpula de San Pedro. Para llegar hay que subircombinando ascensor y escaleras, unos 800 peldaños, pero el espectáculo lo merece. Entramos en Roma-Roma a media tarde cruzando el puente que se puede ver en la foto, con el castillo de San Angelo a la izquierda. Dimos un buen paseo:piazza Navona, donde degustamos una botella de Chianti, el Panteón, en una animadísima plaza y la impresionante- y también llena de gente- Fontana de Trevi. Allí arrojamos nuestras monedas, siempre de espaldas a la fuente y pensando en los buenos deseos....como se puede ver. Terminamos cenando aceptablemente en un restaurante del centro aunque, en los días posteriores, mejoraría el nivel.
Regresamos muy satisfechos a nuestro alojamiento preguntándonos como obtener los billetes para el autobús, sin preocuparnos demasiado por la infracción. Al día siguiente nos daríamos perfecta cuenta del riesgo que corrimos.
En esta, por hoy, última foto, se ve la Piazza Navona, cuya magnífica fuente central estaba tapada por andamios, en pleno proceso de limpieza y restauración.